Yo también creo en las bibliotecas. Lo digo al hilo de que el escritor Eduardo Mendoza diese a conocer que escribió sus novelas en las bibliotecas. El autor de La verdad sobre el caso Savolta lleva razón cuando dice que son espacios únicos con un personal que disfruta, en la mayoría de casos, con su trabajo. Bien escaso, hoy. Comenta Mendoza que «en las bibliotecas trabajan maravillosos chiflados con un gran potencial». A mí me gusta perderme en ellas. Buscar libros un tanto al azar, o releer textos de aquí y de allá, sin más orden que hundirse en ese océano de letras que es cualquier centro cultural. Eduardo Mendoza hace bien al argumentar su loa de las bibliotecas con una contraposición a Internet, ese fiebre del oro de la información. Mendoza asegura que en las bibliotecas «está lo que buscas y lo que no», mientras que en Internet, que también usa, «solo está lo que buscas». Las bibliotecas son espacios públicos estupendos, que hay que salvaguardar, en un mundo en lo que lo privado e inaccesible manda. Me acostumbré a las bibliotecas en Madrid, cuando iba a ellas a estudiar y dejaba Teoría de la Comunicación por la tentación de los anaqueles. Así me ponía a leer La dama del perrito, de Chejov. Hoy disfruto cogiendo libros. O yendo simplemente a naufragar en sus pasillos. A picotear esto y lo otro, en el menú más sabroso, el de la imaginación, cocinado durante siglos por generaciones y generaciones de locos autores.
Recollido en La Voz de Galicia de hoxe, sábado 16 de xaneiro, da columna de César Casal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario