"Los que
piensan que el humor reside en la capacidad de mofarse del contrario no
saben que quien lleva escrita la ironía en el código genético (que es
donde tiene que estar escrita) suele entregarse desarmado ante el lector
y mostrarle, en una desvalida desnudez, sus cicatrices infantiles, sus
manías, todo un catálogo de imperfecciones para someterlas a la risa
ajena. Sí, así de duro es esto. Tener gracia no consiste en decir que
una ministra tiene barriga. Para señalar la barriga de una ministra
hace falta que tú hayas mostrado muchas veces la tuya, o la de tu madre,
o la de tu señora; de no ser así, mejor sería que te miraras al espejo y
admitieras la tremenda realidad: mi lugar en el mundo es la revistilla
del chismorreo (la gratuita). La malevolencia española nos atrasa: es
autoindulgente, solo disfruta del defecto ajeno, no mide la crueldad, y
jamás llega a la esencia del humor moderno, esa en la que el cronista,
antes de disparar al prójimo ha de pegarse un tiro en el pie, para
recordarse a sí mismo que, cuando te atacan, duele.
Yo soy una
consumidora insaciable de columnas. Leo las de los columnistas que me
gustan y las de los que no. Leo las de otros periódicos. Leo columnas
infumables y otras en las que grito, Olé. Me aburren soberanamente
aquellas en las que el columnista tiene una obsesión ideológica y todos
los días la saca a pasear. Como si le estuvieran pagando de un partido
político (quién sab e). O como si el columnista se convirtiera en un
abuelo pesado que te repite veinte veces la misma cosa. A quien escribe
en los periódicos no le queda otra que mantenerse joven. Joven significa
tener siempre algo de aspirante a columnista serio, ser un poco tonto
(es muchísimo mejor que ser un listo), tener capacidad de asombro, no
acabar de casarse con nadie, ver el mundo con alegría y creer que en la
próxima limpia de colaboradores tú serás el primero que salga por esa
puerta. Cuando leo a un joven que cumple estos requisitos me entran
ganas de fundar un periódico y contraatarlo, o de arrimarme un poco a la
esquina de esta página para hacerle sitio. Siento ese entusiasmo lector
cuando leo a Manuel
Jabois, que ahora acaba de reunir en un
libro, Irse a Madrid, alguna de sus columnas publicadas en el Diario de Pontevedra, en El Progreso o en su blog. "Si te gusta escribir", le han dicho desde
siempre sus paisanos, "vete a Madrid".
Pero lo humorístico de la mirada
de Jabois es que es la del muchacho que no acaba de prosperar, la del
joven de provincias (como antes se decía) que convierte en oro las
noticias más insustanciales. A mí me daría miedo que el joven Jabois se
viniera a Madrid a hacerse un columnista de provecho, me daría pena que
dejara esa crónica de la ciudad pequeña, de los políticos locales y las
aventuras amorosas que no acaban de aterrizar en el mundo adulto. Me
daría mucha lástima que se peinara ese flequillo que le cae sobre la
cara, se hiciera mayor y perdiera el punto de vista del joven que
considera que, entre todos los desastres que la actualidad le pone ante
los ojos, el mayor con diferencia es él mismo. Si tuviéramos un rato
para charlar (lo tendremos) le diría que el mejor elixir para la eterna
juventud del columnista es el candor, que se mantenga lejos del humor
cañí, de los aduladores que quieren acabar de leer una columna con los
dientes llenos de sangre. Al cabo de los años, al columnista se le
distingue no solo por lo que escribe sino por los clientes que acuden a
su puesto en el mercado. Eso le diría." Elvira Lindo.
"Aunque
nunca había leído nada de él, su nombre no me era desconocido y me sonaba que
escribía relatos breves. Más tarde se me completaría esta información diciendo
que era columnista en un periódico y que en estos relatos estaba presente el humor. Cuando me
comentaron que nos iba a dar una charla sobre creación literaria lo primero que
se me vino a la cabeza, no lo voy a negar, fue que iba a perder clase; lo
segundo, que me iba a aburrir y me iban a pedir que escribiese algo, cosa que
odio ya que la imaginación se me corta.
Y entonces el profesor dio paso a Manuel Jabois… un hombre joven que
dudo que llegue a los treinta y pelo hasta debajo de las orejas que se prolongaría en forma de barba. Tenía un
cierto aire tímido y sincero, y un aire cómico, como si guardase sonrisas
dentro que solo translucían a través del brillo de sus ojos. Realmente no me
esperaba esto, al igual que no me esperaba su manera de hablar de la escritura.
Nos dijo que si tienes que escribir algo preferiblemente sea porque algo tienes
que contar, porque necesitas compartirlo. Que si quieres escribir, como en su
caso relatos de humor, lo mejor que puedes hacer es basarte en experiencias
reales, situaciones que causen una sonrisa ya de por si o simplemente cambiar
el narrador por uno más hilarante. Pero lo primero para poder reírte del mundo
es aprender a reírte con uno mismo. También nos habló de que no existe la
escritura como oficio sino como hobby, un hobby que no atiende a reglas ni a
horarios, que puede que no ganes tanto como un ingeniero nuclear pero no está
mal.
Lo que más me llamó la atención de Manuel Jabois es que realmente
parecía que improvisaba. Parecía que había venido sin
nada, sin esquemas, y aún por encima venía dispuesto a aprovechar la charla con nosotros para
tener algo de lo que escribir. Eso me hizo que se me hiciera una persona mucho
más cercana y por la manera en la que escribe sus textos creo que uno puede
saber como es su personalidad. Me gustaría darle las gracias por esos cincuenta
minutos para mí escasos y decirle que después de escucharlo, uno se plantea
escribir sus anécdotas más graciosas y vivir la vida de una manera más
optimista."
Ricardo Rodiño ( en colaboración con Adrián Melón). 4º ESO